miércoles, 20 de agosto de 2008

19:24

Después de una caminata involuntaria debido a que el autobús los había dejado bastante lejos de su paradero, Sebastián sugirió sentarse y descansar. Gabriella lo miró sonriente y placenteramente desafiante dijo que ella no estaba cansada y podía seguir caminando mucho más; Sebastián la miro de soslayo admitiendo que era un flojo pero accedió a seguir caminando.

Acordaron seguir la ruta que permitía ver la inmensidad del océano donde la vista se perdía a la lejanía. La paz del lugar pronto se había apoderado de Gabriella y mientras sonreía oprimía tiernamente las manos de Sebastián.

Después de haber caminado unos 15 minutos más, Gabriella propuso preguntar por la calle que buscaban sólo para asegurarse de que no estaban perdidos. Felizmente habían estado siguiendo el camino correcto. Ambos caminaban bromeándose de cuando en cuando. Algunas veces Gabriella fingía haberse molestado para que Sebastián la engriera un poco, no siempre obtenía el resultado deseado, pero no perdía nada con intentarlo.

Llegaron a la dirección indicada, dejaron unos documentos que tenían por encargo y se dirigieron a casa de Gabriella. En el camino cambiaron su ruta hacia uno de los parques, ambos tenían una conversación pendiente y lo mejor era hacerlo en un lugar tranquilo.

La noche era fresca y el ambiente despejado, rodeado de árboles y el agua que corría cerca de ellos creaba un ambiente propicio para que Gabriella apoyara su cabeza en el pecho de Sebastián. La luna esa noche se había asomado en todo su esplendor dejando ver su brillante palidez a través de las nubes que intentaban opacarla cada cierto tiempo.

Después de una corta pero importante conversación, Sebastián miró a los ojos de Gabriella y pronunció aquellas palabras que ella había estado esperando durante ya algún tiempo atrás. “Quieres ser mi enamorada?”. Los ojos de Gabriella sólo atinaron a brillar más, ese brillo que sólo se puede observar en una persona enamorada, y sin decir palabra alguna juntó sus labios a los de Sebastián plasmándolo en un apasionado beso, luego llena de alegría le sonrió ampliamente y contestó con un “Me encantaría”.

Se abrazaron fuertemente, se dijeron muchas veces cuanto se querían antes de despedirse y luego ambos se dirigieron a sus respectivos hogares. Gabriella caminó lentamente por entre los viejos árboles y a medio sonreír seguía repasando todo lo sucedido, pensaba en las palabras de Sebastián, en sus manos, en sus ojos y necesitaba que alguien la zarandeara un poco para saber si todo era un maravilloso sueño o finalmente se había tornado en realidad.

Un mensaje y la voz de Sebastián al otro lado del teléfono le confirmaron que todo era cierto, que Sebastián y ella por fin estaban juntos. Esa noche Gabriella soñó como siempre en él, esa noche Gabriella voló en sus sueños y dejo su alma junto a su amado Sebastián, esa noche, una historia iniciada en algún lugar del tiempo había permitido que sus caminos no sólo se crucen si no que por fin se vuelvan uno.

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