jueves, 2 de julio de 2009

Respirando pureza

Hace ya algunas semanas cuando el cielo aún no terminaba de clarear y cuando medio lima todavía dormitaba salí de casa con una casaca gruesa y con mi mochila de siempre rumbo a Ica. Cuando partimos ya habían dado las 6 pero aún estaba algo oscura la mañana, algo muy típico de las mañanas de invierno limeñas. Me acomodé junto a la ventana con la mejor disposición para disfrutar del “full day”.

A una hora y media de viaje ya el ambiente comenzaba a cambiar, ya no se veían los grandes edificios y poco a poco estábamos saliendo de la capital. El aire aunque aún frío se sentía menos congestionado y al paisaje un poco lúgubre por la densa neblina se volvía agradable al paso de los minutos.

Mientras miraba el cambio de paisajes y poco a poco también del clima, decidí comer un sandwich de jamón y queso, con un jugo de manzana de esos que vienen en cajita. De hecho todos estábamos haciendo lo mismo, fue el desayuno que la empresa de tours nos había brindado y el cual fue muy bien recibido.

A un poco más de tres horas llegamos a Ica, bajamos de la movilidad, estiramos las piernas y dejamos que nuestros pulmones respiraran el aire fresco del mar libre de monóxido. No tardamos en colocarnos en fila para subir a una agradable lancha que nos adentraría en las hermosas Islas Ballestas. Ya una vez ubicados en nuestros asientos nos colocamos los respectivos chalecos salvavidas de un color naranja chillón; si no hubiera sido por mi seguridad no me habría puesto; me sentía inflada e incómoda hasta para sentarme en un inicio, pero luego ya de unos minutos y viendo que todos lucíamos exactamente igual de cómodos me olvidé casi por completo de ese asunto.

El viaje en lancha inició, y el viento frío disfrutaba desordenando nuestros cabellos y queriendo apoderarse de nuestros gorros. El sol ya había salido aun sin mucha fuerza y el mar se extendía espléndido ante nuestros ojos. La lancha se detuvo brevemente para observar unos juguetones delfines que divertidos seguían su propio camino. Costó un poco poder sacar alguna imagen de ellos, que aparecían y desaparecían para volver a aparecer metros mas adelante.

Retomamos nuevamente la velocidad y nos dirigimos cada vez más adentro, los islotes lucían abarrotados de aves alegres y algunos de lobos marinos que se veían como aterciopelados a la luz del sol. Las cuevas oscuras le daban cierto aire de misterio a nuestro recorrido. A lo largo de nuestro paseo sentimos como el sol ya estaba en su máximo esplendor y ahora si que quemaba, agradecí haberme puesto bloqueador, llevar lentes oscuros y gorrito; si yo se que suena un poco exagerado pero un noventa por ciento de nosotros lucía un aspecto similar a mi.

Por fin llegamos al tan esperado Candelabro y luego de observar su majestuosidad de tomar fotos por doquier y disfrutar de cada espacio de tiempo que la magnifica naturaleza nos brindaba, regresamos a una velocidad media con el viento bailando con mis rulos y el agua salpicándome cuando la lancha conseguía mayor velocidad.

Después de un par de horas mas o menos llegamos a tierra nuevamente, con agilidad salí de la lancha y tras caminar un breve trecho me senté a orillas del mar para despejar mi mente y prepararme para lo que seguía del viaje.