lunes, 12 de enero de 2009

El final que nunca llega

Gabriella yacía dormida con su respirar pausado, la blancura de su espalda se dejaba ver coquetamente en la semioscuridad de la noche mientras Sebastián contemplaba por la ventana de la habitación las calles húmedas de la madrugada. Ni un alma solitaria transitaba ya, ni un auto; la quietud permitía escuchar plácidamente como caía la llovizna hasta chocar con el asfalto y con las hojas de algunos árboles. Un sonido tan cálido, tan único, una música solitaria.

Luego Sebastián volvió la mirada al cuerpo semidesnudo de Gabriella, la tersura de su piel y su quietud, atraían a Sebastián una vez más a su lecho, quien dejo la ventana para ir junto a Gabriella; se recostó junto a ella estremeciéndola con la frialdad de su cuerpo, el la abrazo y beso su frente, ella volvió a estremecerse y abrazo a Sebastián, queriendo abrigarse y abrigarlo también a el, queriendo amarlo, queriendo descansar en sus brazos protectores.

Ambos no tardaron en ceder ante el cansancio y dormirse profundamente por un par de horas más hasta que Sebastián volvió a despertar buscando más que acariciar la desnudez de su amada, beso cada poro de su piel para terminar en sus labios; Gabriella volcó toda su pasión en cada beso, en cada caricia, arañando la espalda de Sebastián que no hacia nada por detenerla.

Cada segundo amándose era eterno, los dos se habían sumido en un intercambio de placer, amor y pasión; olvidándose del resto del mundo, olvidando hasta la hora y que más tarde tenían que levantarse temprano para ir a trabajar. Sebastián se deleitaba con cada gesto de Gabriella, ella solía expresar tanto con toda su piel. Sebastián expresaba tanta ternura, era tan dulce, más dulce aún que los chocolates que a Gabriella tanto le gustaban.

Sin darse cuenta ya ambos dormían abrazados y con una ligera sonrisa de encontrarse el uno con el otro, de compartir un momento más, de dedicarle un segundo más a su amor.

A la mañana siguiente, Sebastián se levanto y acaricio levemente un espacio vacío, junto a él una almohada fría y un sueño o bien un recuerdo aún caliente y tan fresco que daba la impresión de que Gabriella entraría balanceándose tan provocativamente por la puerta del dormitorio, mas la mañana siguió y el frió y la desazón ahora recorrían y oprimía el corazón de Sebastián y a la lejanía también de Gabriela que una vez más acaricio en el aire el nombre de su siempre amado Sebastián.

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