jueves, 12 de mayo de 2011

De regreso...

Es cierto... ha pasado un buen tiempo desde mi último post. Por una u otra razón no había podido escribir nada en este espacio virtual adoptado como "mi espacio". Empezaremos contando, para los que todavía están interesados en saberlo, que han pasado muchísimas cosas, historias absolutamente ricas para contar con una buena taza de café cargado... Por ahora, para empezar, me limitaré a poner un cuento, un cuento como para abrir un telón algo empolvado, un cuento de una sola frase que en definitiva recomiendo leer, para mi es todo un orgullo poder copiar uno de los cuentos de César Santivañez... escritor y guionista peruano, poseedor de un talento y poder creativo increible, con un estilo propio y con nivel de cultura fascinante que nos enriquece y seguirá enriqueciéndonos con cada publicación suya que indudablemente tendremos el gusto de leer y deleitándonos a los que tenemos el placer de conversar con él.




HOY VI


Una casa que yacía a orillas de un mar de aguas turbias que se alzaba en olas que prorrumpían en gritos contra las puertas de esta casa que abundaba en ventanales de cortinas carcomidas que apuntaban con su baile a la entrada principal que invitaba en silencio a pasar al que quisiera conocer su salón central que apestaba a podredumbre dulce y frutada que se impregnaba en los lienzos que retrataban a un mismo hombre de mirada que mataba y que se mantenía fija en los barandales que flanqueaban la escalera que chirriaba y que conducía a un segundo piso inundado de cierta soledad marina que se expandía por el corredor que daba a una última puerta que se abría y que exhibía seis muebles desvencijados que se reflejaban en un espejo que dejaba adivinar la silueta brillante de una niña que lloraba y que lloraba con soniditos de pájaro por una herida que adornaba su cabeza y que la recorría como una cordillera hasta su espalda que refulgía de un sudor que empapaba el vestido azul pálido que combinaba perfectamente con los labios de la niña que aún lloraba pero que también pedía con oraciones plañideras que alguien se apiade y que la lleve lejos de esa casa repleta de olores fétidos que devoraban el corredor que desembocaba en aquella escalera de peldaños crujientes que gemían a cada uno de nuestros pasos que se apresuraban en llegar a la puerta que daba al mar y delante de la cual estaba ahora el hombre de los lienzos y de mirada que mataba y que se posaba en aquella de sus manos que sostenía el cuchillo que se alzaba y que partía la cabeza nuevamente intacta de la niña que cerraba los ojos que no podían ver la herida que se abría una vez más hasta la espalda que lloraba sangre blanca y que ni siquiera manchaba el piso del salón que terminaba en la puerta que daba hacia aquel mar de olas sucias que azotaban la orilla desierta y en donde ya no se veía casa alguna.

C.S.
http://abreparentesis.wordpress.com/