domingo, 28 de septiembre de 2008

Te quiero


Ausente

Había trepado al árbol más cercano tan rápido como pudo, se escondió entre sus frondosas ramas aguantando el dolor de las raspaduras que se había hecho en las rodillas al trepar el grueso y tosco tronco del árbol.

No tardó en escuchar el crujir que unas pisadas hacían al contacto con las hojarascas propias de ese lúgubre bosque. Gabriella estaba sumida en desesperación. Los pasos se acercaban cada vez más y la luz de una lámpara la buscaba entre los arbustos y otros árboles. De pronto ya no vio ninguna luz, había quedado a merced de las tinieblas y en un silencio sepulcral, su corazón disminuyó ligeramente sus latidos pero casi se le sale del pecho cuando unas heladas manos la cogieron de uno de sus tobillos… “Ahhhhh”

Gabriella despertó y bruscamente se incorporó de su cama, miró a su alrededor un poco desubicada. Su habitación estaba a media luz, sus cortinas corridas y una joven mujer vestida de blanco dormía en su sillón junto a su cama. Con voz apagada llamó a su madre y la joven se despertó asustada y algo alentada de ver a Gabriella.

La muchacha salió de prisa ante la sorpresa de Gabriella para regresar minutos después con su madre. La señora abrazó cálidamente a la delgada y débil Gabriella que lucía ojerosa, sudorosa y un poco más pálida de lo usual. Eran apenas las 6 de la mañana y según su madre explicó, Gabriella había tenido una fuerte crisis de migraña que la había dejado inconciente.

Gabriella sufría de estos intensos dolores de cabeza; sin embargo, hacía mucho tiempo atrás que no había tenido una crisis tan fuerte; esta vez su crisis había sido de tres días, tres largos y tediosos días para sus allegados, que miraban apenados como la joven había quedado dopada por la gran cantidad de píldoras administradas.

Tanto había sido la preocupación de su madre que no dudo en contratar a una enfermera para que vigilara sus sueños y para que la asistiera ante cualquier eventualidad. La muchacha era un poco mayor que Gabriella y parecía haber compartido aquellas malas noches junto con ella.

Gabriella se sentía mareada al dar sus primeros pasos luego de tres días inconciente y fue obligada a volver a la cama. La enfermera muy amablemente se ofreció a llevarle un desayuno ligero antes de marcharse. Se despidió de Gabriella quien sólo quería dormir, alejó su desayuno, aún no sentía apetito.

Esta vez los sueños de Gabriella fueron dulces y cálidos, unos ojos cafés y una sonrisa amplia y sincera la acompañaban, su rostro no era familiar pero su voz…ahhh, inconfundible sin duda…su ángel guardián aún cuidaba de ella.

sábado, 27 de septiembre de 2008

domingo, 21 de septiembre de 2008

Capítulos que se cierran

Otra fría mañana de invierno la adormilaba en su cálida cama. Gabriella había despertado temprano ante la insistente voz de su madre. Se levanto pesadamente dejando caer sobre la alfombra uno que otro muñeco de peluche mal acomodado.

Aún medio dormida entro en la ducha y dejo fluir el agua caliente sobre ella; era su manera de relajarse y decirle hola al nuevo día. Entro en su habitación y se vistió bastante formal, cogió algunos papeles y direcciones que la noche anterior había acomodado mientras sus pasos la dirigían al comedor. Los nervios habían hecho de las suyas ahuyentando su usual apetito.

Ya habían dado las 8 y 30 en el viejo reloj que colgaba desde hace muchos años en el mismo lugar y junto a los mismos cuadros antiguos de alguna ciudad europea desconocida para ella y pintada por alguien quien no logro inmortalizar su nombre en los textos de historia.

Cogió el bolso azul que su madre le había prestado y un fólder con papeles en blanco y negro donde se resumía en un par de hojas prácticamente toda su vida hasta aquel entonces. Al cruzar el umbral de su casa recordó que no había sacado las suficientes copias a sus documentos que acompañarían su hoja de vida y medio a regañadientes cambio su rumbo a la librería más cercana.

Lamentablemente el tiempo no perdona y su reloj ahora ya marcaba las 9 de la mañana. Cogió el resto de papeles y enrumbo a la primera dirección que tenia en su pequeña lista. Camino por varios sitios, unos más bonitos que otros pero todos más o menos cercanos. Gabriella había decidido que no quería trabajar en lugares lejanos a su hogar, lo que reducía grandemente sus alternativas. Revisó su lista de 5 lugares y ahí estaba el último. Los Laureles decía, caminó algo cansada hasta llegar a la dirección anotada. Subió mirando su figura tras los espejos del estrecho ascensor hasta legar a un décimo piso. Entró tímidamente a una pequeña salita de un par de cómodos sillones y en dónde un joven amablemente recepcionó sus documentos, una vez más salió con la esperanza de que la llamarían.

El camino a casa fue tranquilo, aunque Gabriella se había inmerso en un incómodo silencio, en su mente divisaba cada uno de los lugares a los que había visitado y se preguntaba en cual de ellos irá a parar o tendría que seguir semana tras semana buscando en uno y otro lugar. Ya en casa su madre la esperaba con el almuerzo recién servido y con miles de preguntas que aturdían a Gabriella. Después de contestar algunas preguntas y obviar otras subió a su habitación. Volvió a ducharse, se colocó su pijama azul, encendió la televisión y se dejó caer torpemente sobre su cama y en un “que será de mi” se quedo dormida.

En su profundo sueño un sonidillo se metía incesante en su subconsciente para traerla nuevamente a su habitación con el timbrar del teléfono por compañía. Se levanto de un salto hacia el teléfono y para su gran sorpresa mañana a primera hora ya tenía una entrevista. Su largo y tediosos paseo de la mañana había dado su primer fruto.

Gabriella durmió apaciblemente aquella noche a pesar de su nerviosismo. A la mañana siguiente se levantó animosa, comió rápidamente lo que pudo y salió en busca de su destino.

Llegó cinco minutos antes de la hora pactada y espero otros quince antes de ser atendida. Al finalizar la entrevista Gabriella salió con una sonrisa de oreja a oreja. Había conseguido empleo después de algunos meses de encontrarse estirando cada centavo que le quedaba.

Aquella noche antes dormir contó emocionada que ya había conseguido un empleo, en su cabeza visualizaba que vestiría al día siguiente y como haría con sus clases de la universidad. Resultaba quizá algo apretado el horario pero no tenía otro remedio. No siempre las cosas resultan sencillas para algunos. El nuevo día por fin le sonrió con su cielo nublado y con una llovizna propia de las limeñas mañanas de invierno.

Era su primer día en aquella oficina y se sentía un poco ajena aún; las explicaciones dadas por algunas personas eran tan rápidas que apenas lograba captar la mitad de lo que decían, el resto tenía que averiguarlo por ella misma. De pronto ya tenía una relación bastante amplia de obligaciones de una y otra persona. Gabriella quería agradar a todos y se esforzaba en vano por hacer varias cosas al mismo tiempo; digamos que su primera mañana no resulto como ella había esperado. Una y media de la tarde y por fin pudo subir a una pequeño ambiente acondicionado como una cocina comedor. En silencio se sentó con el almuerzo que su madre devotamente se había levantado a prepararle. Siempre había sido así para Gabriella y ese día no era la excepción. Mientras ella escarbaba el arroz pensativa por como le había ido, entro otra joven delgada de cabello negro ondeado que le sonrió amablemente.

- Me muero de hambre – Comento la desconocida con un gesto de complicidad
- Yo también aunque me siento nerviosa – Contestó Gabriella devolviéndole la sonrisa
- Me imagino, como es tu primer día, pero tranquila – Culminó la joven mientras se sentaba junto a Gabriella.

Para la tarde Gabriella ya había entablado una amistad con Claudia. Ambas habían congeniado tan bien que sentían un cierto apoyo al estar juntas. Hora de salida, Gabriella cogió su morral y tan de prisa como pudo salió de la oficina rumbo a su universidad.

Las primeras semanas habían resultados agitadas pero ya se había acostumbrado al ritmo, aunque luego el agotamiento le jugaba una mala pasada en sus clases de primera hora, en las que solía quedarse dormida y despertaba sobresaltada ante un puntapié en su carpeta o ante la voz de algunos de sus tutores.

Los días en la oficina, por otro lado, resultaban en su mayoría agradables, aunque muchas otras su genio impulsivo la hacían perder los papeles. Afortunadamente, Claudia había resultado una gran amiga y un estupendo apoyo para ella. Algunos días parecía que el trabajo terminaría con Gabriella, tenía un cúmulo de actividades que parecían no acabar por más que se esforzaba.

En ocasiones tuvo que faltar a sus clases para terminar algún informe importante que tenía pendiente. Otras tantas no asistía sólo por que el agotamiento no le permitía mantenerse completamente receptiva a lo que le decían.

No faltaron momentos en los cuales deseaba con toda el alma dedicarse a una sola cosa como muchos de sus amigos, estudiar en este caso, esa era su prioridad y le resultaba tan difícil muchas veces terminar de leer las separatas o libros pendientes. Más de una vez, sólo leía la introducción, algo de la mitad, la parte final y la conclusión; muchas veces le dio buen resultado pero otras no tenía ni idea de las respuestas que pondría en sus controles de lectura.

Los días no hubieran sido tolerantes de no ser por Claudia que le daba ánimo y le daba un toquecito de alegría a su ocupada vida.

Pero como todo en este mundo tiene un final y Gabriella no estaba exenta a esta regla y los días en su trabajo ya habían llegado a su fin y con tristeza tuvo que decirle adiós a todo lo que conoció en ese lugar, a los estresantes días, a los días de poco trabajo, a los días felices y a los que deseaba olvidar. Cuando le contó la noticia a Claudia, ella se puso a llorar junto con Gabriella, ambas sabían que se distanciarían mucho pues sus caminos eran diferentes ahora y Gabriella tenía una vida muy ocupada.

Aún así conversaban de cuando en cuando y el cariño y los buenos recuerdos quedaron arraigados en sus memorias. Este fue una etapa más para Gabriella, una de sus tantas historias.

Criatura celeste

Creación divina, nacida en un crepúsculo en febrero
mi divino sueño que ha tomado forma de ángel

La luna ya no es más mi inspiración y su plateado
brillo mengua con tu presencia,
esconde su coqueto rostro, celosa de tu grácil e infantil belleza

Tus huellas en la arena son tan perfectas que el mar extiende sus
bravíos brazos y se los lleva consigo como quién encuentra
un tesoro.

Despierto con el exquisito aroma que dejas cuando el viento osa
abrazarte y deleitarse con el encanto de tus formas.

Mas tú eres libre ahora, como una hoja caída del árbol más
perfecto y bello y viajas libre mecido por el aire que se niega
dejarte caer por completo de aquellas ramas.

Buscarte es sólo encontrar espacios tan vacíos que me obligan
a seguir tus huellas de viajero celeste hasta algún día
volver a verte y descansar plácidamente en la calidez de tus brazos.

Falsa realidad, sueño verdadero

Estoy viviendo un sueño del cual no quiero despertar,
un sueño hermoso que me regresa a la vida,
una falsa realidad que me confunde hasta la locura.

No comprendo la vida fuera de este sueño,
no tiene sentido vivir en el mundo real, sin sueños
sin ilusiones, sin vida.

Amo mi sueño por que es mi vida, no quiero regresar
quiero quedarme en el abstracto e iluso mundo de mi soñar
aquí soy feliz, aquí puedo vivir.

Oculta en el engaño de una vida adaptada a una ilusión
en el helado y oscuro escenario que da calor a mi vida
en una felicidad irreal.

La inexistencia de lo aparente se vuelve verdadero
tan sólo al tocar el borde de mis dedos, llegando hasta mis ojos
cubriéndolos con una densa bruma.

No puedo mirar de frente por que ofuscaría mis sentidos y quizás
podría despertar y chocaría con una muralla dura de verdades
que me azotarían hasta verme hecha trizas.

Donde cada partícula mía desearía y suplicaría no haberse
dado cuanta nunca de que su realidad era nada más que un sueño
Y en donde mis últimos suspiros serían aún para ti siendo lo único
real que queda.

Mi muerte

Mañana cuando despiertes ya no estaré a tu lado, mañana cuando amanezca yo me habré ido para siempre.

No sabrás nada de mí y será como si jamás hubiera existido, me buscarás seguramente pero en vano será.

Ya no verás mi sonrisa dándote la bienvenida a los lejos, no tendrás mis abrazos pues me habré marchado eternamente.

Mis besos no serán más tuyos, extrañarás mi aroma en tus manos y en tus vestiduras y rogarás al cielo por mi retorno.

No dormirás ya jamás con tranquilidad pues la culpa te perseguirá cual verdugo a su presa y buscarás mi mirada en ojos ajenos pero no hallarás ni rastros.

Besarás mi nombre cada fría tarde de invierno y extrañarás mi calidez y mi aliento en tu espacio, en tu ser.

Morirás como yo he muerto buscando tus manos y sin hallarlas, morirás deseando retroceder el tiempo.
Morirás deseándome a tu lado pero sólo morirás y ni la muerte apartará tus pensamientos de mi y ese será tu castigo.

Buscando ser otra

Había tocado más de las 11 cuando Sandra se despidió de Gonzalo, su presencia casi gélida, casi espectral herían a la desventurada joven.

Sandra no decía nada, todo lo callaba, vivía su tristeza en silencio, fingiendo día a día su sonrisa, respondiendo con alegría un saludo, reprimiendo aún en la soledad de su alcoba cientos de lágrimas que morían por brotar.

Sus pies se sentían cansados ya de caminar y la agonía flagelante de la desdicha se estaba apoderando lentamente de su ser, como una lúgubre sombra que consumía todo rastro de luz existente.

Ya en casa sentose en silencio pensando en Gonzalo, en cuanto lo amaba y en que a él parecía no importarle mucho, sentía que él no valoraba ese sentimiento puro de entrega y desinterés. Pensaba en que muchas veces sólo respondía a su afecto con una rauda sonrisa que se esfumaba cual estrella fugaz.

De pronto su rostro se encontraba empapado mientras sus ojos miraban sin mirar, sin parpadear, tan sólo dejando escapar su dolor transformado en gotas salinas que empapaban sus mejillas y rodaban hasta caer al piso una tras otra.

Todo lo que deseaba era estar sola, dormir y olvidarse de todo, despertar un día transformada en otra, como una crisálida transformada en mariposa. Esa noche Sandra llegó a la penosa conclusión de que jamás sería feliz sólo siendo ella.

Su alma envenenada por la amargura convertía en trizas todo lo que ella conocía por bello, aún Gonzalo no se escapaba de esta realidad y sin embargo el podría haber revertido su actual realidad.

La pobre Sandra ya no vivía, simplemente agonizaba en silencio.